domingo, 2 de agosto de 2009

Diluvio

Comenzaba a hilar una historia en su cabeza al tiempo que la tenue luna estival cruzaba los barrotes de la ventana, la luz hacia de la brisa telaraña de plata en la que se pegaba su alma nocturna, insomne. En la vacuidad de la habitación trataba de entender el sonido que se produce cuando el “nosotros” se quiebra en dos pronombres independientes.

La lluvia galopando los tejados le parecía el vivo recordatorio del ritmo que llevan los labios al besar una espalda desnuda, era una noche clara, de ríos improvisados cubriendo el asfalto, luces difuminadas por el manto del agua, de rosas entreabriendo sus labios al firmamento para probar el éxtasis del verano.

Y así ella extendía sus manos hacia el manantial, dejando que la tormenta se llevara el recuerdo de las afluentes del pasado, de cuando la el amor solía caer en cien gotas por sus mejillas, como precipitación de nubes negras formadas a base de incertidumbre. Pero esa humedad había terminado, y ahora se sentía renovada por el caudal de promesas que se abalanzaban sobre su cuerpo como la primera tormenta de la temporada.

Al cerrar los ojos descubría la melodía oculta en el baile nocturno de las gotas, entendía el sentimiento de dejarse caer desde una altura inimaginable, con los brazos abiertos hacia la nada, dejando que el viento moldeara su figura en una esfera perfecta, saboreaba el frenesí de entregarse a lo desconocido, sin embargo, había tenido la suerte de encontrar tras su caída libre un par de fuertes brazos que la acogieron en el aterrizaje.

Pensaba que el caer del agua, aunque suicida en apariencia, en realidad esconde el propósito de fecundar la tierra, de prolongar la vida. Así se sentía ella, tras la tempestad que había forzado su metamorfosis hasta hacerla sentir que su yo se dividía en diminutas partes cayendo en avalancha desde lo alto, sofocadas de vértigo, a merced del soplo divino. El sacrificio era necesario para dar lugar a un nuevo ciclo. Recordaba las palabras de un gran filósofo “como renacer si no es de tus cenizas”. ¿Cómo hubiera podido entregarse de nuevo si no se deshacía del nubarrón que se había condensado sobre su cabeza a merced de viejas lágrimas?.

Volvió a prestar oídos a las gotas estrellándose furiosas y extasiadas, refrescando la eternidad hasta hacerla parecer efímera. Pensó un poco más en Él, en la manera en que solía descender por su cuerpo de la misma forma que lo hacía la lluvia en el cristal de la ventana, pensó en esa mirada que podía iluminar repentinamente su rostro como un rayo en medio de la obscuridad, en sus labios mercuriales, líquidos, con un toque de lluvia de abril a mitad de febrero. Una fórmula perfecta para borrar cualquier rastro de diluvios.

Cerró los ojos, para dormir, sin embargo, nunca en su vida se había sentido tan despierta como aquel instante en entendió el orden del caos en el agua


Lluvia