domingo, 25 de abril de 2010

Hermes

Era un libro abierto, la pastilla para ese dolor de cabeza constante y el pretexto para seguir padeciéndolo. Era un instante y el sucedáneo, era todo y todo estaba tan desnudo que daba miedo la imagen surrealista de tan larga brevedad. Era, simplemente existencia diluida en un par de ojos acaramelados.

Era una lista sin comas intermedias, el punto final de los párrafos invisibles, la música de fondo para el film de arte del momento. Era constante, como el miedo, como la felicidad, como las cosas que desaparecen sin pedir perdón por sus fugaces agonías.

Era escritura libre, como un chorro de tinta cayendo libre por el precipicio de aquel verano, ese verano de tardes escondidos en un café, en el silencio de la multitud de un parque, en los labios de un espejo, en las noches acunando lunas con insomnio.

Estaba en cada pregunta de polvo arrastrándose por los desiertos del inconsciente huyendo de sus respuestas, como los peces de las redes que les arrancarán los mares. Estaba ahí, dormido, soñando con la realidad y pisando en la vigilia el suave colchón onírico con sus respectivas trampas mortales para los dioses.

Era las letras del idioma de los números, era el presente atolondrando ante el orden lógico del tiempo, era la estrategia para ganar una partida de ajedrez con un full house de ases y reinas. Era un cara o cruz con el destino, y la seguridad de no tener nada asegurado. Era un café expresso en la mañana y un latte cremoso al atardecer, un concepto atiborrado de significantes, un mundo montado en la frontera del yo, y del “nosotros”.

Era tantas cosas que todas las cosas se confundían con su rostro y al acercarse lo único que se dibujaba claramente en sus facciones era la certeza de haber encontrado el camino hacía donde quiera que me estuviese dirigiendo, era…

Era mercurio