No sabríamos
cuál era el final si estuviera justo frente a nuestros ojos, una vez al limpiar
el armario dejamos caer una bolsa en la que solíamos guardar todos los puntos,
sin que pudiéramos hacer nada al respecto se fueron rodando por todas partes:
debajo de la cama, del tocador, por la coladera del baño; algunos escaparon al
patio y el viento se los llevó flotando en su torbellino de otoño; habíamos
dejado la puerta principal abierta y varios de ellos hicieron camino de la
escalera rebotando por los peldaños hasta perderse en la calle a merced de las
llantas de los automóviles. Recogimos todos los que pudimos, intentamos
limpiarles el polvo, pero algunos habían sufrido daños y ahora estaban hechos trizas,
tenían orillas dobladas o simplemente estaban partidos a la mitad.
Son una cosa
delicada los puntos, es por eso que hay que saber guardarlos bien, mantenerlos
lejos del sol y de la humedad, preferentemente en una bolsita de fieltro, fuera
del alcance de niños y gatos y dónde puedan dormir plácidamente hasta que uno
los requiera para finiquitar cualquier asunto. Entonces, se debe saber muy bien
también dónde es que se ha dejado, porque hay historias que no han podido
terminarse nunca a causa de ese olvido, que por cierto, es más frecuente de lo
que aparenta. No son reutilizables, el punto es un ente tan comprometido que
una vez que se le ha dado una función no se desprenderá jamás de ella, y siendo
un objeto tan valioso, aún no ha nacido alguien tan valiente como para poner
los suyos a la venta. Entre los que han pasado por una tragedia como nuestra
pérdida, hay historias de quienes se han aventurado a conseguirlas en el
mercado negro, sin embargo, siempre terminan dando mucho a cambio de malas
imitaciones que resultan ser únicamente comas limadas por sus orillas para
redondearlas, y al momento de querer utilizarlas sólo vuelven a su estado
original
Otra cosa muy
distinta son las comas, esas por elásticas pueden guardarse en cualquier cajón
y no les pasa nada nunca, además, cualquier persona bien educada tiene un dote
tan grandísimo de las mismas que no hay miramientos para utilizarlas, si por
alguna extraña razón uno llegara a perderlas, bastaría con salir a tocar la
guitarra en la plaza central pidiéndolas de propina y es seguro que se volvería
a casa con los bolsillos repletos de ellas. No se rayan, ni se manchan y si se
les cuida bien, es posible incluso reutilizarlas en caso de extrema urgencia.
Los puntos que
logramos rescatar los fuimos usando poco a poco para situaciones
indispensables, aunque a veces olvidábamos nuestra escasez y en medio de la
discusión poníamos un tajante punto que veíamos de esa manera morir inútilmente.
Sacamos otro a colación el día que nos despedimos de nuestra juventud porque
eso sí que era irreparable, pero creo que fue nuestra tendencia existencialista
lo que nos hizo que acabáramos más rápido con nuestras reservas al usarlos de
tres en tres en las preguntas que lanzábamos al aire y se quedaban sin
respuesta.
Una tarde de
domingo con la ociosidad del verano, sacamos del cajón un par de interrogantes
y dos exclamativos para intentar recortarles el punto de su base, sin embargo,
fue inútil, la calidad era evidentemente deplorable y apenas intentábamos usarlos
se nos despegaban de las sentencias, el ejercicio sirvió únicamente para
desprendernos gratuitamente de algunas preguntas y gritos que hubiéramos podido
hacernos con ellos.
No sé en qué
momento por fin se terminaron, pero con el tiempo aprendimos a vivir de esa
manera. Hace años que dejamos de querernos, pero no podríamos separarnos nunca del párrafo en
el que cohabitamos dando vueltas infinitas. Quizá, incluso hayamos muerto, pero
no hay ningún punto disponible para preceder al “fin” de nuestro libro, desde
entonces no sabemos lo que es abrir capítulos nuevos y estamos destinados a
permanecer eternamente en ésta habitación a la que algún día llegamos como
inquilinos, y en la que cada mañana sin excepción hacemos una esmerada limpieza
con la esperanza de encontrarnos pegado a las patas de la mesa, o cabizbajo
escondido en un rincón al último punto que pueda traernos la libertad que sólo
conocen los finales.
Alexandra C.