
Hay historias que sólo pueden
contarse de cara a la pared. Mentiras que a fuerza de repetirse terminan por
tomar vida propia. Amores que se alimentan de los tiempos que han pasado y
vidas que mueren por exceso de porvenir. Y ahí estaba él, que no tenía más
armas que las palabras dándole una quinta vuelta a la cama a causa de esa manía
persistente de no poder dormir.
Garabatea unos versos tan
infértiles como sus manos en el cuaderno que guarda en la mesita de noche. Mira
la portada ya gastada por las lunas que lleva encima, de un pálido gris como si
fuera la lápida de las palabras que yacerán ahí sin ser nunca pronunciadas.
“La noche es una hamaca tejida de suspiros.
La luna el sol de los que
pierden su destino”
No había nada más que hacer. Intentar
cerrar los ojos nuevamente no remediaría la situación. Hizo memoria de las
tazas de café bebidas durante el día pero la cuenta no le alcanzaba para cubrir
las deudas del insomnio. Se arremolinó entre las sábanas como lo haría entre
sus propios pensamientos, girando cada tanto de izquierda a derecha, de pasado
a futuro y viceversa. Alguna vez en un cuento de niños había visto una
ilustración que mostraba como la cama se convertía en un barco y en ella se
podía ir flotando hacía… no recordaba hacía dónde navegaba aquella cama. Pero
desde que tenía memoria había zarpado cada noche agarrándose de la almohada,
intentando buscar alguna isla de su inconsciente dónde pudiera naufragar a
salvo. La noche era el mar y los pensamientos tormenta y el no hacía más que
virar el timón a merced de las constelaciones del silencio.
“Andamos por el mundo creyendo
saber que eventualmente algo ocurrirá, esperando, como si estuviéramos eternamente
sentados en el banquillo de una estación de trenes. Hora tras hora, días, luego
siglos, eternidades completas; en una eterna espera que poco a poco se
transforma en desesperanza. “
Mira nuevamente las manecillas de
su verdugo, luego mira el teléfono, pantallas negras que no se dignan a
encender una luz en la oscuridad.
“¿Y cuál es la luz que buscamos?,
¿La de otro cuerpo? Vivimos pensando que el amor es la cura de todos los males,
nos montamos en los otros como si fueran trenes sin preguntar hacia dónde van,
esperando llegando a alguna parte, esperando que alguna vez, sólo una vez, uno
de ellos sea el que nos lleve a algún sitio, cualquiera, nos bastaría con
aterrizar del eterno recorrido. Viajeros sin hoja de ruta, sin horarios, sin
tiempos y con maletas que se van haciendo más difíciles de arrastrar con el peso
de los años y el paso de los daños”
Pone de lado la pluma haciendo un
ruido seco contra la madera, la mira detenidamente, sabe que es una extensión
de su propia mano, y su mano cuando la toma se vuelve una extensión de su
propia alma, si es que tal cosa existe. Mira una y otra vez las mismas cosas,
pensando a cada tanto algo diferente que sin embargo sabe a la misma ausencia.
Tal vez si algo cambiara, sólo una vez sería un amable recordatorio de que
sigue vivo, pero las cosas permanecen siempre igual, inmóviles, ajenas al
tiempo, y a la madrugada que se deja asomar en el frío colándose por debajo de
la puerta
¿Así se sentirá la eternidad?
¿Cómo un eterno preámbulo a la madrugada? ¿Es acaso también una clase de
insomnio esperar con los ojos abiertos a que llegue un rayo de luz a nuestras
habitaciones frías?, ¿Será que en el fondo estamos acaso tan vacíos como los
pasillos de una biblioteca a las tres de la mañana?, con tanto silencio metido
en las venas, ¿Quién puede atreverse a soñar?
Las interrogantes comienzan a
pesarle en los párpados, y comienza la lucha del vaivén de unos ojos que
quieren dormir y una mente que se niega a entregarse a tal desnudez. Sabe que
será el final de la partida si lo domina el sueño. Se levanta y se prepara la
séptima taza de café. Tamborilea los dedos sobre la mesa, intenta no pensar en
ella. No quiere invocar de nuevo su rostro, sus ojos, sobre todo esos ojos que
forman los túneles por los que ha de caer cada noche. Dormir es volver a sus
brazos asfixiantes de mujer que vive al otro lado del espejo. Se aferra a la
vigilia como lo haría un gato a la pared: arañándose el alma.
Sus ojos van de nuevo de un punto
a otro como una mariposa en cautiverio, suben por encima del refrigerador y se
brincan luego a la cerradura de la puerta, recorren la mesa de punta a punta
notando los restos de azúcar esparcidos en el mantel, en el piso no hay nada
nuevo, está limpio, las persianas cerradas, las tazas acomodadas sobre una
repisa que necesita una mano de pintura, la tetera somnolienta sobre la estufa
y comienza de nuevo en círculos. De pronto siente una suave caricia sobre la
espalda, lo recorre como un escalofrío, lo besan en la nuca pausadamente con un
aliento suave y puede percibir un aroma de vainilla y rosas, que sabe a puesta
de sol en verano.
Ya no está solo, sabe que por fin
lo ha vencido el sueño, o tal vez sólo acaba de despertar...
Alexandra C.