sábado, 2 de enero de 2010

Génesis

Era invierno, el frío hacía que la noche se deslizara suavemente hacia su colapso en estrellas; el viento cortaba dulcemente la piel, blanca navaja premonitoria de nieve, de obscuridad; el silenció envolvía la calle, sigiloso, atento a las palabras que se consumían apenas rozaban el exterior para devorarlas, luego las escupía a un agujero negro, o peor aún, al mismo pensamiento que las había engendrado. La nada reinaba en el espesor de aquel momento.

En medio de aquel teatro estaban los dos, clavándose mutuamente la mirada, era la única arma que portaban. Sus existencias irrumpían en la obscuridad como una colisión astral, si hubiese sido sólo una no hubiera tenido tal efecto, porque la soledad desnuda siempre se camuflajéa con la noche, sin embargo, el peso de ambos era demasiado insoportable para el horizonte, estaban ahí, latentes, inmóviles, expectantes, asombrados de compartir el mismo segundo en el mismo lugar, como una aberración a la naturaleza, sintiendo que el hervor de sus venas era demasiado intenso para permanecer a la intemperie.

¿Y si se tomasen de la mano?, ¿si por lo menos hicieran una aproximación?, sería demasiado audaz, habría que traspasar esa barrera hacia el plural y dejarían de existir como individuos, “serían” en función del otro, tendrían un nuevo tipo de existencia, una muerte fresca del yo, se convertirían en algo ajeno. ¿y entonces a donde ir?. ¿Qué dirección tomar cuando se vive dentro de una esfera?

Ella no quería morir aun.

El se acercó a ella, la besó, borrando las comisuras de sus labios, inventándole, al tocarla, un nuevo cuerpo. Ella hizo lo mismo, dibujó con los dedos sobre la piel ajena un nuevo antifaz, susurrándole al oído le regala una nueva voz.

Han creado, a su imagen y semejanza, una nueva soledad.