sábado, 14 de junio de 2014

Lo que habita en los cajones

Pasé muchos años buscando la verdad, pero como todas las personas, lo hice siempre en los lugares equivocados. Buscaba debajo de las mesas y detrás de los labios, sobre la mesa de la cocina, en el sofá al caer el atardecer, en las manos de los oficinistas, en las ruedas de los coches, en cada página del calendario, en el polvo que se acumulaba bajo la cama y bajo la memoria. Entre las sábanas propias y las pieles ajenas. En las canciones que sólo pueden escucharse si uno está triste; en más de quinientos libros y en un par de poemas, en varias copas de vino y en incontables tazas de café.

Cuando me di por vencido, como todas las personas, empecé a inventarla, me miraba al espejo y me repetía que aquello que veía era lo cierto, que el suelo que pisaba era la firmeza que me sostenía y que el maletín bajo mi mano contenía todas las respuestas que pudiera estar buscando. Inhalaba y exhalaba el aire sin preguntarme de que estaba hecho, convencido de que aquello era lo que ponía en marcha mis pulmones y por ende mi corazón. Empecé con el tiempo a creer fervientemente que no había nada tras lo que mis ojos miraban. Cono
cí a una mujer lo suficientemente bella para pensar que estaba enamorado y con eso me bastó para ligar mi vida con una ajena. Dejé pasar los días sin buscar en las esquinas del calendario indicios de la existencia de algo más. Leía saltándome las pausas, me bebía la ciencia y los discursos como tragos amargos sin reparar en los motivos de nada ni de nadie. Maduré.

Aun así supongo que todo el tiempo he sabido que la mentira más importante es la de creer que una búsqueda puede terminar así sin respuestas y por el tedio. En el fondo se, como lo saben todas las personas. Que la verdad es algo que uno encuentra cualquier tarde de lluvia dentro de una hoja en blanco. No existe espejo más nítido que la desnudez del papel que nos mira en espera de palabras. No hay más respuestas que el silencio. Todo lo que es real vive en las pausas, en los intervalos, en lo no dicho. Pero nuestro instinto ha sido y será siempre aniquilarlo, escribir, hablar, movernos, borrar esa verdad que nos vigila.
Desde que la encontré. Como lo ha hecho todo el mundo, la guardo en un cajón bajo llave, y mi mente hace lo mismo con su recuerdo. Nadie vive de páginas en blanco.

Alexandra C.