lunes, 27 de septiembre de 2010

Arena

Es que había tanta vida en la mesita de noche y yo no sabía qué hacer con ella. Era una tarde rara, de esas con luna llena y soles ojerosos, de aquellas que van cubriendo despacito la ciudad con su olor a manzana, a verano que está por terminarse. Y yo seguía embobada contando las manchas nuevas en el techo, los hilos fuera de lugar de las cortinas, los besos que me faltaron por regalarte en la última despedida. -ya habrá otras-, me decías con esos ojos tuyos cargados de arena de un desierto inexistente, se te iban haciendo más y más pesados, hasta cerrarse por completo, como el sol de aquella tarde, que no se daba cuenta de que la luna le iba ganando terreno sigilosa. Tus ojos eran también un reloj de arena, como el que se posaba horizontal en el buró con su manía de huelga absurda en pro de la eternidad.

Recordaba esa otra tarde de luna en que te dio por quitarle la pila a todos los relojes de la casa, querías que aquello durara para siempre, fue tan dulce, con lo mucho que te gustaba el tiempo, y con lo poco que yo entendía el zigzagueó eterno de las manecillas. Solía recostarme en tu pecho intentando tejer un hilo invisible entre tus latidos y los del tiempo, para darles un sentido evidente para mí, pero solo terminaba con una maraña de hilos imaginarios en mi cabeza que espantaba besándote y dejando de pensar en los minutos. Pero eso se había terminado, ahora estaba ahí tumbada, con tanta vida, con tanto tiempo desordenado, amontonado todo en los cajones, haciéndose polvo en el piso, en las repisas, tiempo y vida por todos lados y yo sin mas lugar para acomodarlo.

-Ya habrá otras- Volvías a repetir en mi cabeza como una grabación monótona, por supuesto que habrá otras, habrá muchas otras: otras tardes, otras camas, otras casas, otras cosas, otras interrogantes y sobre todo muchas otras yo dentro de mí misma. Eso lo sabía muy bien, pero cada segundo seguía rebotándome como una cefalea hemicraneal. Podría muy bien haberme levantado de golpe de la cama, retirado una a una cada pila que le daba fuerzas a cada reloj, podría haber quebrado los de mano, desprogramado los eléctricos, incluso quemando las páginas del calendario para que ya no avanzara mas aquel tiempo pesado de tu ausencia, pero eso no resolvía nada… había un reloj sin tic tac, sin otra fuerza que la de la gravedad, que padecía de tanto vértigo como mis pensamientos, y me miraba fijo desde aquella mesita de noche, tumbado, esperando que lo pusiera de pie para continuar su río eterno de arena, ese no podía detenerlo, era como el de tus ojos, de vida, de eternidad impenetrable, como un túnel de tierra circundando un aleph dormido. Para olvidarte habría que olvidar también el tiempo, y como eso no era posible, habría que poner aquel reloj de nuevo en pie.

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