lunes, 27 de septiembre de 2010

Mándame una postal

El problema con el mar es que limpia las palabras, también las tuyas, se volvían cristalinas como un espejo recién pulido; y podía ver tu rostro tal cual era, podía verte a ti y verlo a él, podía verme en ti y verme sin él, y verlo todo mezclado, verme en tus ojos y no reconocerme, verte en los míos sin saber exactamente a quien miraba, un complicado malabar de espejos jugándose frente a las olas.

Y el viento tan callado, la noche tan eterna, el agua tan grave, tus manos tan suaves, los besos tan tibios y tan ausente la ausencia, que el amor falaz de tu sudor empañaba aquella transparencia, hasta que en medio del vaho de tu aliento, tus ojos eran los míos, y los míos los de él, y te veía con ellos tan desnudo, tan claro, tan vano. Y tú estabas en un punto intermedio entre mi piel y la sal del mar que la vestía, entre la humedad de los besos y un tango de Gardel que no existía, entre el sí y el no, entre la última copa de vino de la noche y la primera taza de café de la mañana; y con la conciencia adormecida y la percepción distorsionada por el sopor del verano, optamos por mezclarlo todo en caricias de las que saben a despedida, de las que se alejan, se alejan por el agua hasta que no queda mas que su intención.

El problema con el mar es que se lleva de la orilla todo lo que alguna vez estuvo cerca de ella, lo que tuvo, lo tuyo, tu y yo, tu, yo…

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